

AMARANTA
Amaranta siempre supo que, para una mujer, el mundo policial era implacable y exigía una disciplina y una dedicación absolutas que cultivó incansable para forjarse como detective.
La entrega incondicional a su trabajo acentuaba su sensación de ser una persona solitaria. También le resultaba particularmente difícil vincularse íntimamente, en parte debido a su intransigente selectividad. Cuando por fin encontró a Víctor, un hombre con los atributos de sensibilidad e integridad que exigía, su castrante temor a que la rutina lo arruinara todo, la llevó a administrar el tiempo de contacto con tal minuciosidad que su pareja terminó dejándola, harto de su rigidez y asfixiante afán de control.
Sí lograba, en cambio, disfrutar sin reparos de la compañía de su madre y de su hermana mayor, a quienes amaba con devoción y admiraba como poseedoras de una serenidad interior que a ella se le resistía. Se consideraba, por tanto, una persona de familia, a pesar de la ausencia de su padre, quien las abandonó cuando ella era aún muy pequeña. Años después, se supo que éste se había involucrado en actividades delictivas. Fue encontrado ajusticiado en el cuarto de un hotel de mala muerte.
Amaranta sabía que la elección de su carrera policial estaba relacionada con el hallazgo de esa vida decadente elegida por su progenitor. Desarrolló así, una apremiante necesidad por descubrir el origen del comportamiento criminal. Esa obsesión la convirtió en la mejor novata de su generación, lo cual no bastó para tener en su trabajo, las oportunidades que merecía. Sólo a través de su paciencia y perseverancia características, logró recibir su primer caso al mando: el feminicidio de Denisse Morales en la frontera norte.

SEBASTIÁN
Idealista por linaje, Sebastián militó en las juventudes sandinistas y, gracias a sus dotes investigativos, pasó de ahí rápidamente a la policía estatal. Pero, cuando el movimiento político que abrazó perdió el rumbo, su vocación se desvaneció. Quiso abandonar el órgano de inteligencia que lo empleaba, al constatar que se dedicaba a reprimir a disidentes. Pero sus jefes consideraron que sabía demasiado como para dejarlo ir.
Boicoteando su desempeño adrede, logró que aprobaran su traslado a una remota delegación policial del sur como encargado de homicidios. Pero su pareja nunca vio con buenos ojos el cambio, y se negó a acompañarlo con su hijo pequeño; ella tenía planeada una vida muy diferente para el pequeño. De nada valieron los ruegos y promesas que Sebastián le hizo para intentar convencerla. Finalmente debió aceptar su petición de separación. Optó entonces por conservar el único trabajo que sabía hacer, a fin de poder garantizar la manutención de su hijo.
Lejos de la labor represora Sebastián recuperó su mejor forma, con una exitosa racha de resolución de crímenes regionales de bajo perfil. Esa entrega al trabajo fue también su antídoto frente a la nostalgia por la separación familiar, de la cual se sentía culpable por haber apostado en su juventud por una utopía política perdida.
Cada vez que terminaba su jornada laboral, Sebastián comprobaba cómo en esos predios rurales el tiempo transcurría lento. Para aliviar el tedio, Sebastián abrazó la bebida, el canto y la poesía que, de joven, aderezaron su carácter bohemio. Durante sus frecuentes resacas, sentía crecer implacable en sus entrañas la ausencia existencial de propósito en su vida.

ZENAIDA
Criada en el seno de una familia campesina, desde pequeña Zenaida aprendió a valorar los frutos del arduo trabajo de la tierra. Pero también atestiguó el trato injusto a los campesino, de parte de los intermediaros que compraban sus productos a precios irrisorios. Ver a sus padres envejecer sin que hubiesen podido acceder a condiciones de vida mínimamente dignas, alimentó en ella un apremiante anhelo por cambiar su destino igualmente desolador.
Fundó con su hermano una cooperativa distribuidora para evadir a los intermediarios explotadores. También tuvo dos hijas, Denisse, la mayor, y Yessi; ambas fueron fruto de amantazgos fugaces que la colocaron en el epicentro de los chismes, pero su rol de liderazgo comunal siempre fue más fuerte que las intrigas de aquel pueblo conservador.
La cooperativa empezó a decaer cuando su hermano murió en un accidente laboral. Ella siempre sospechó que el incidente había sido un encargo de los distribuidores, que veían en su empresa una amenaza para sus negocios. Dedicó entonces todo su empeño en sacar adelante a sus hijas. Pero cuando la muerte de Denisse le desgarró la vida, su innata tenacidad, ahora teñida de ira, giró de lleno a la búsqueda de justicia a cualquier costo.

EL ÑAMBO
Primogénito de una madre adolescente que lo culpaba de sus desgracias, y de un padre violento y borracho, El Ñambo aprendió pronto que el mundo no es para sumisos. Aguantó el maltrato de su progenitor hasta que pudo responder, quebrándole una botella en la cabeza. Con 15 años, tomó el dinero y dejó el hogar para siempre.
Sobrevivió por un tiempo con trabajos agrícolas precarios, pero se sabía poseedor de una envidiable astucia y de un físico exuberante que lo facultaban para empresas más rentables. Se vio capaz de seducir a hombres y mujeres, para luego robarles dinero y pertenencias. Su fama de atracador pronto lo obligó a huir al monte, donde aprendió a vivir con lo mínimo.
Ahí descubrió que su conocimiento profundo del terreno lo colocaba en ventaja para trasladar a migrantes por la frontera. Pero una banda local de coyotes lo atacó por violar su territorio. El Ñambo no dudó en fajarse a golpes con ellos, pero le superaban en cantidad y fue sometido. Sin embargo, conocedores de sus destrezas, le ofrecieron trabajar para ellos, si respetaba las reglas. Él accedió a regañadientes. Tras ese incidente, fue encontrado, muy golpeado, por una lugareña llamada Denisse, quien lo llevó a su casa donde lo curó con ayuda de su madre. Los dos jóvenes se gustaron desde ese momento.
El Ñambo se instaló en las afueras del poblado, forjando un sólido vínculo con Denisse, su hermana Yessi y un esbelto amigo de ellas llamado Manuel. La presencia de este último fue un parteaguas en su vida. Por más que insistió en reprimirse, poco a poco fue cediendo a su atractivo. Pero, fiel a su carácter truculento, no renunció a su noviazgo con Denisse. También la quería y pretendía casarse con ella para así resolver su irregularidad migratoria, a la vez que satisfacía sus deseos más íntimos con Manuel. Como tantas veces en su vida, prefirió ignorar los riesgos de su temeridad, prefiriendo buscar un mayor beneficio propio.